CARTA A UN MILITAR
Por: Cristhian Andrés Aguirre
3000 como tú, 3000 como yo, cuando apenas empezaba a ver el mundo y no había mejor opción que el servicio militar, para participar en la guerra, esa guerra que seguí alimentando como un monstruo voraz que se come lo que ve a su paso, y no me excuso en seguir las órdenes de mis superiores, sabía lo que hacía y a quien se lo hacía, recuerdo calcadamente tu rostro, te recuerdo con el camuflado que incautamos y no quemamos, te recuerdo a ti con las heridas de bala por la espalda, con los pantalones y la munición a medio poner, porque ya sabías que el camión te llevaba a esperar un oscuro paraje.
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Te recuerdo cuando eras un niño que apenas comenzaba a vivir, jugando entre las polvorientas calles del subdesarrollo, admirandome porque te protegía, te saludaba de mano y te enseñaba mi arma en son de amistad, me dijiste que también querías ser soldado del glorioso ejército, no hay cosa mejor que te condecoren por matar a quien hace la rebeldía, y nosotros, tú de chico y yo de grande jugábamos a ser héroes.
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Tú creciste más y pasaste a engrosar la lista de los descarriados mientras yo ascendía de rango, y lo hacía porque a mis superiores les apasionaba mi hambre por resultados, mis atributos de hombre de la patria que elimina bandidos, lo más triste fue que te modelaste como uno de ellos, y no es tu culpa eras joven e ingenuo, nunca fuiste un mal muchacho, lo sé, te vi crecer en las barriadas infernales estigmatizadas por el garrote de la gran ciudad.
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Voraz e insaciable, recibía reconocimiento y era premiado por excitar la guerra, tú, entretanto, no eras cuchillo y fuiste falsa herida, dejaste de recoger café, y creciste para engrosar la lista de la carne que yo comía, la vida se te pasaba entre las esquinas, la mala facha, el desempleo y la periferia, supe que algún día podía toparme contigo, pero la reflexión se perdía entre la borrachera de los permisos obtenidos.
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El verde selva se pudrió, el carsinoso lucro del conflicto me absorbía, un día te lleve por delante y aprovechando la admiración que me tenías te deje portar mi fusil y mi camuflado, no eran míos, eran de otro patrón, aquello fue lo único que pude concederte, te obsesioné con la milicia y la guerra y al final pude hacerte sentir en ella, mostrándote el rigor de las balas que te rociaron por la espalda, una tras otra, mientras volteabas infructuosamente para mirar el rostro del verdugo, pero aquí nadie tiene rostro, ni quien ordena ni quien dispara, porque nunca somos los mismos.
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Moriste en la guerra mi querido amigo, pero me cuesta entender si lo humano de la guerra se refleja en el disfraz y el nombre que abandonas para encarnar una fosa común, caíste en las garras de lo poco valientes que nos vuelve disparar un arma para matar a alguien.
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Y me avergüenzo en un rincón de la celda en la que vine a parar luego que tu madre se dio cuenta de lo que hacíamos, me comió con rabia y otras pasiones que se esconden entre la lágrima y los porqués, nadie puede entender que de amigo pasé a asesino, quizá ella tampoco comprende que yo también estoy muerto por dentro, que cada día rezo por el perdón de los que me llevé a cuestas, entre los que estás tú, al que más recuerdo porque te conocía, el que más me pesa porque te quise, y el que más me duele porque en aquellos días en que te enseñaba mi arma juré protegerte, y cobardemente te disfracé para matarte y absurdamente asumir que podía vivir mejor y más tranquilo en esta cosa que llaman vida.