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EL DUELO DE UN PARO ARMADO

Por: Nathalia Moreno G

Cargar a cuestas con cinco décadas de conflicto armado no ha sido una tarea fácil para los colombianos. Los actores implicados, entre ellos las víctimas que sufren una serie de secuelas físicas y psicológicas, los sobrevivientes a múltiples masacres, los mismos actores atacantes junto a las políticas estatales y los hitos históricos que ha dejado la guerra, tienen una complejidad que requiere hacer una pausa para dar un respiro a tanta violencia.

 

Sin duda, ese respiro se ha logrado poco a poco con el acuerdo de paz firmado en el 2016. Sin embargo, esto no ha sido suficiente para lograr una “verdadera paz, estable y duradera”, pues el reflejo del faltante de paz que sigue afligiendo a los colombianos son los múltiples ataques violentos que aún no dan tregua, entre ellos y los más reciente, el paro armado por parte del ELN el pasado 10 de febrero, que dejó como consecuencias 14 acciones violentas en varias zonas del país y el atentado con explosivos en Norte de Santander de este 27 de febrero.

 

Según un informe del El Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac), “El nivel de estas acciones violentas registradas en tan solo esos tres días de paro armado, es ocho veces mayor al promedio semanal de acciones violentas de esta guerrilla en los últimos cinco años, y es tres veces mayor que el promedio mensual de los últimos cinco años”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los sueños de seis integrantes del Ejército, cuatro guerrilleros y un policía han quedado en el limbo, pues resulta funesto conocer hechos que están atravesados por la irracionalidad y que terminan acabando con el preciado regalo de la vida.

 

Pero como si no fuera poco, estas acciones violentas que atentan en contra de la vida e integridad de los colombianos, también arremeten en contra de la economía nacional. Una carretera que se paralice, un peaje que se destruya, o un puesto de mando que se queme, son factores que tienen gran incidencia a nivel social. Y como crudo ejemplo de esta realidad son los más de 4.000 millones de pesos en pérdidas de alimentos y enseres de los transportadores de carga.

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De acuerdo con la Federación Colombiana de Transportadores de Carga (Colfecar), esta cifra corresponde al lucro cesante de los camiones que no pudieron circular por varios corredores del país, ya fuera por tramos cerrados por quema de vehículos o por el alto represamiento de carga que se encontraban en las distintas carreteras nacionales.

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Con estas arbitrariedades, ¡Colombia sigue derramando sangre!

 

Sigue resistiendo duelos que hacen memoria de los seres, entornos y bienes que les han sido arrebatados. En pocas palabras, Colombia sigue haciendo duelo a una memoria del enojo, de la humillación, de la impotencia, culpa y sufrimiento.

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Pero este duelo no puede estar acompañado del silencio como alternativa elocuente, todo lo contrario, es necesario romper con estas cadenas de silencio y de temor, para que, desde el hogar, las escuelas, universidades y lugares de trabajo, los colombianos nos movilicemos, denunciemos y pongamos en marcha un trabajo continuo que fracture el  círculo de violencia en la que el pueblo es el único sometido, sacrificado y menospreciado.

 

Los colombianos no podemos continuar expuestos a la ocurrencia de hechos atroces como los que han sucedido, y tampoco seguir ignorando la famosa “Teoría de las ventanas rotas” que es la misma realidad que vive hoy en día nuestra sociedad. Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás; lo que sucedería si una comunidad exhibe signos de deterioro, y esto es algo que parece no importarle a nadie, entonces comenzarán a desarrollarse faltas mayores y luego delitos cada vez más graves.

 

¡Así de fragmentada está nuestra sociedad!

 

Tanto el Gobierno Nacional como el ELN, pueden decidir qué rumbo tomar, pero en esta oportunidad solo cuentan con dos caminos. Uno de ellos es en el que pueden seguir poniendo bombas de tiempo que espanten la poca opinión favorable que se tiene sobre esta mesa de diálogos y seguir pisoteando los derechos de los colombianos; o de lo contrario, escoger el camino en el que se callen los fusiles de guerra y se aliente la tranquilidad y la reparación de las víctimas de este conflicto armado.

 

Este último camino sin duda es la mejor opción, pues el reanudar los diálogos y llegar a un proceso de paz definitivo con el ELN, motivará la base del proceso que es la participación social y ciudadana para así cerrar este largo ciclo de rebelión armada, con transformaciones y garantías tanto para las víctimas de esta larga guerra, como para este grupo armado.

 

¡Este es el momento de la paz!

¡NO más duelo! ¡NO más lágrimas, ni sufrimiento!

 

Lo que Colombia necesita es esclarecer y arrancar del silencio y del olvido las tantas violaciones de derechos humanos cometidos en nuestro país, siendo un reto que seguramente comprometerá la labor determinante y contundente de varias generaciones de colombianos. La reconstrucción está empezando y consigo vienen tiempos de memoria.

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TODO DUELO TIENE UN FINAL Y ESE FINAL ES EL INCIO DE LA VERDADERA PAZ

Cortesía: RCN – Paro armado ELN-2018
Cortesía: RCN – Paro armado ELN-2018
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